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La lucha de la exmujer de un yihadista y sus dos hijos en España: «No estamos reconocidos ni como víctimas de género ni como víctimas de terrorismo»
Después de que su marido fuera detenido en Madrid en 2014 por pertenecer a una célula terrorista, Raquel Alonso batalla para que le retiren definitivamente la patria potestad de su hija menor de edad.
La vida de Raquel Alonso dio un giro de 180 grados hace ahora casi siete años, en 2014, cuando un día de junio, a las 4:30 de la madrugada, agentes del Grupo Especial de Operaciones (GEO) de la Policía Nacional de España tiraron abajo la puerta de su domicilio y se llevaron detenido a su marido, Nabil Benazzou, acusado de pertenecer a un grupo yihadista.
Su historia comenzó a cambiar y a convertirse en un infierno alrededor de cuatro años antes, pero el arresto de su esposo no fue el punto y final, sino que desde entonces ha tenido que luchar con la estigmatización social, las amenazas y las secuelas psicológicas que arrastran sus dos hijos menores, que en el momento de la detención de su padre contaban tan solo con 6 años, la niña, y 12 años, el niño.
Benazzou fue declarado culpable de diversos delitos relacionados con el terrorismo yihadista y condenado a 8 años de prisión y 6 años de libertad vigilada. Dentro de un año y medio saldrá de la cárcel y Alonso ha estado batallando para que cuando eso ocurra la Justicia le haya retirado la custodia de su hija, aún menor de edad. De momento los tribunales no le han dado la razón, pero ha recurrido y su lucha continúa.
Un matrimonio normal y comienza la radicalización
Ahora Benazzou lleva seis años y medio en la cárcel, pero antes de su arresto ya llevaba cuatro años de «adoctrinamiento familiar», como lo define Alonso. Cuando comenzó a radicalizarse todavía no había tanta información sobre el terrorismo yihadista y «pensamos que era simplemente un acercamiento a la religión», cuenta.
«Nosotros no sabíamos detectarlo. En 2011 ni siquiera el adoctrinamiento era un delito, no se hablaba de radicalización»
Llevaban casi «20 años de matrimonio totalmente normales», con salidas de viaje, para tomar cañas, con los niños asistiendo a un colegio normal. Pero todo comenzó a cambiar con la muerte del padre de Benazzou, lo que hizo que empezara a acercarse más a la mezquita.
«Nosotros no sabíamos detectarlo. En 2011 ni siquiera el adoctrinamiento era un delito, no se hablaba de radicalización», relata Alonso. Fue entonces cuando su marido empezó a querer cambiar cosas en casa y cuando Alonso empezó a observar en él un cambio rapidísimo, en apenas una semana. Ya no quería alcohol en casa, ni siquiera para las visitas; había que quitar las imágenes; los niños debían empezar a ir a la mezquita a aprender árabe: «Yo no lo vi mal en principio, otro idioma más, algo superpositivo», recuerda Raquel.
Así fue como los pequeños comenzaron a frecuentar la mezquita, para aprender el idioma paterno. Aunque los niños «sentían bastante rechazo» y no se sentían cómodos. Después su madre averiguaría que también se les enseñaba religión y se comenzaba el adoctrinamiento.
Mientras, las cosas en casa seguían cambiando: no se podía ver la televisión, había que dejar de ir a la playa o piscina, el niño no podía estar en compañía de chicas, ni la niña de chicos. Y se repetía constantemente: «Tenéis que ser musulmanes porque si no vais a ir al infierno».
Benazzou comenzó a acudir a la mezquita diariamente mientras su mujer no comprendía el cambio que se había producido en él, que pasó de ser una persona dulce y comunicativa a tener una conducta más agresiva, donde todo eran gritos.
Operación salvar a los niños
Los pequeños comenzaron a no querer quedarse con su padre a solas. Las alarmas saltaron un día en que Alonso volvió a su casa y el niño «tenía la cara descompuesta». El niño relató que su padre le había estado mostrando vídeos en los que le enseñaba cómo se mataba infieles, con imágenes muy cruentas, incluso de personas inmolándose, y le había dicho que no se lo contara a nadie. Aunque el pequeño había alegado que no quería ver las grabaciones porque luego tenía pesadillas, su padre había insistido en que era su deber verlas.
De otras escenas de estas características, Alonso se enteró después de leer los nueve tomos del sumario del juicio, como que se llevaba a la hija pequeña al cementerio en ocasiones que decía llevarla al parque.
«Se iba cerrando más el círculo», dice Alonso, que decidió consultar a un abogado que no le dibujó un panorama positivo, ya que si se divorciaba se arriesgaba a que le concedieran la custodia compartida o a tener un régimen de visitas en el que los niños permanecerían mucho tiempo a solas con su padre, que por aquel entonces estaba rodeado de un grupo de personas que ejercían sobre él una influencia negativa.
Comienzan las sospechas
Las sospechas se empezaron a hacer explícitas pocos meses antes de la detención. La mujer observó cómo un coche les seguía. A pesar de las excusas de Benazzou, que decía que se trataba de policías racistas que le vigilaban porque iba a la mezquita, Alonso cogió la matrícula del vehículo y fue a una comisaría de Policía a denunciarlo.
«Hasta que encontrara una salida, porque entonces no veía ninguna, fingí una conversión al Islam, para que se centrara en mí y dejara a los niños en paz»
Allí le dijeron que su marido estaba siendo investigado y que los coches que les seguían eran vehículos oficiales. No le contaron nada más.
«Hasta que encontrara una salida, porque entonces no veía ninguna, fingí una conversión al Islam, para que se centrara en mí y dejara a los niños en paz», relata Alonso. Fue entonces cuando dejó de trabajar para estar todo el tiempo con los niños.
Benazzou era una persona con dos carreras universitarias, que dominaba varios idiomas y que trabajaba en una multinacional alemana, así que su esposa se dedicó a organizarle la agenda, programándole viajes para que pasara «el menor tiempo posible en casa»: «Cada vez que oía la cerradura de mi casa estaba en tensión». «¿Cómo puedes proteger a los hijos 24 horas de un padre? Eso es imposible», piensa todavía.
Alonso estuvo dos años estudiando la religión islámica, no solo el Corán, sino otro tipo de libros que, según ella, son los utilizados para adoctrinar. «Cuando me convertí, él me abrazó, y fue el día más triste de mi vida«, sostiene, porque para su hija pequeña, que aún no tenía 6 años, fue uno de los más alegres, «porque así no iría al infierno», lo que vivió como el símbolo de la influencia que su padre estaba ejerciendo en los menores.
Operación Gala y Brigada Al Andalus
El 16 de junio de 2014 la Policía Nacional llevó a cabo la Operación Gala con la que se desarticuló una red de captación de combatientes para el Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIL) en Madrid. En ella fue detenido Nabil Benazzou Benhaddou, de nacionalidad española y nacido en Casablanca (Marruecos) en 1972, junto a otras 8 personas.
Se realizaron 11 registros domiciliarios, sobre todo en Madrid. Los integrantes de este grupo se autodenominaban Brigada Al Andalus y ya habían enviado al menos nueve terroristas para que se integraran en la filas de Al Qaeda en Irak y Siria.
La red captaba adeptos en la mezquita de la M-30, la mayor de Madrid. Su principal líder era Lahcen Ikassrien, que había pasado un periodo recluido en la base militar de Guantánamo, tras ser detenido en 2001. Fue extraditado a España en 2005 y absuelto por el Tribunal Supremo. El Harchi era el líder operativo del grupo, hermano de un yihadista relacionado con los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid, en los que murieron 193 personas y más de 2.000 resultaron heridas.
Benazzou era el lugarteniente de El Harchi, y ambos planeaban desplazarse a Siria para organizar desde allí la entrada de otros miembros de la banda en alguna de las filiales de Al Qaeda.
Días antes de que tuviera lugar la Operación Gala, Benazzou destruyó una gran cantidad de papeles comprometedores, aunque olvidó una memoria USB con videos y proclamas yihadistas de todo tipo. Tras los nueve arrestos iniciales, posteriormente serían procesadas 15 personas.
Tras la liberación llega la estigmatización
Cuando ese día entraron los GEO a las 4:30 de la madrugada a detener a Benazzou, «al principio es como que te sientes libre sin pensar en todo lo que se te viene encima», rememora Alonso. Y ese día su vida también se desmoronó por completo: «Se ha ido el daño moral, el sufrimiento psicológico durante años, pero también se han ido los 20 años de matrimonio, la familia que tú creaste con tanta ilusión».
«Se ha ido el daño moral, el sufrimiento psicológico durante años, pero también se han ido los 20 años de matrimonio, la familia que tú creaste con tanta ilusión»
«No sabía todo lo que se me venía encima», repite como un mantra. Tras la detención fue a visitar a su marido por primera vez a los 10 días. Desde entonces se sucedieron las conversaciones sobre abogados para salir de allí y los susurros en los vis a vis en los que le decía que tenía que hacer lo que él dijese porque si no sus hijos no estarían seguros.
No preguntaba por sus hijos, narra Alonso. Y cuando se percató de que había hombres desconocidos, de aspecto árabe, a la puerta del colegio de sus hijos, él le dijo que seguramente se estaban acercando a ella para ayudarla económicamente.
En esa época la niña fue tres o cuatro veces a prisión a ver a su padre: «Con siete años tampoco le puedes decir a tu hija que su padre es un terrorista», dice Alonso, que a pesar del tiempo transcurrido siente que todavía se la sigue juzgando, se la culpabiliza y se le piden explicaciones.
De la noche a la mañana, se encontró con dos niños y sin trabajo y su marido había salido en todas las noticias a cara descubierta. Se asoció a los niños con él y ella comenzó a ser ‘la mujer del terrorista’. Comenzó «la estigmatización que sufre una víctima indirecta», a pesar de que ella en ningún momento tuvo trato con el grupo al que estaba vinculado su marido.
De hecho, Alonso sí fue llamada a declarar, pero como testigo. Declaró contra su marido y contra la célula, contando lo poco que ella sabía: «Me parecía un deber cívico», dice.